Desde el paraíso de la belleza del alma,
cuando la amargura quiso truncar toda luz,
resplandeció la bondad en esencia de fuego.
Atada a una cruz capaz de quebrarlo todo,
entabló guerra sin cuartel y hasta la muerte
con el más terrible monstruo del infierno.
No dejó vacilar ni una sola gota de su sangre,
mientras cada fibra de su espíritu se erguía
sobre una cascada de sufrimiento infinito y mortal.
Ensordecedor estruendo de un millón de espadas
inundaron hasta el último rincón de un cielo abierto,
otrora azul y verde de esperanza, promesa en flor.
Fueron latidos del corazón invencible y mágico,
gritando ante Dios: ¡que no, que el amor vivía,
y que la pureza de ese amor era su propia imagen!
Y pasaron millones de años de terrible oscuridad,
y no quedó nada en la Tierra salvo la fe en amar,
desigual lid, corazón roto contra el fin de la esperanza.
No había alternativas de paz para el águila indómita
que jamás dejó un fleco de amargura para el mundo,
eran la Verdad o la absoluta desolación de la nada.
Y, al fin, la Promesa de Dios se hizo Ser en un solo día,
y la dignidad viva y el amor inmortal del ser humano
triunfaron sobre todas las cosas que no tienen nombre.
La valentía y el coraje inquebrantables de un alma
rompieron la dinámica de la impasible mezquindad,
y dieron luz a la Fe en todos y cada uno de nosotros.