Hi!!
I am not posting the book Here, of course.
But, being coherent with what I'm saying, I thought it would be a good idea to post these first version, unedited, of my conclusions, previous to my "original" investigation, those 12 points I posted the other day.
Now I've finished, though having to correct a couple of things and edite this and a part of introduction still. Today's night or tomorrow finishing this first part, more than 90 pages, by now.
It's for All, but I Wanted to Dedicate it All to You, Lady, I Love You
"Conclusiones: del realismo metafísico al fisicalismo materialista de alcance ontológico. Necesidad de una nueva propuesta filosófica.
Los tres grandes momentos de la historia del pensamiento occidental previos a la eclosión de la posmodernidad podrían bien sintetizarse en la siguiente nomenclatura: a) el logos clásico, donde no hay contradicción óntica consciente en el saber definido sobre la capacidad epistémica supuestamente ilimitada de la mente –considerada reflejo no mediado, y, por tanto, cuasidivino, del logos general rector del universo, en su correcta constitución y desarrollo cognitivos- para conocer la verdad absoluta del mundo; b) la dualidad cristiana entre la fe y la razón, concretada en muy diversas formas de interrelación; y c) la búsqueda de la objetividad en sentido estricto del mundo, mediada y reconstruida por la razón lógica-empírica, consciente de sí y de su natural contraposición cognitiva objetivante frente a lo físico y exterior a su inmaterialidad intrínseca, con –en muchas ocasiones- un variable escepticismo epistemológico.
El viejo realismo metafísico según el cual las cosas (o las ideas, recordemos la secular polémica medieval entre el nominalismo y el universalismo) existen tal y como las conocemos, con independencia de nuestra consciencia y percepción, sufrió un duro revés mucho antes del descubrimiento del principio físico de incertidumbre de Heisenberg, con Descartes. El racionalismo cartesiano –origen de la filosofía de la consciencia- constituyó el primer paso firme –de seguro, involutariamente- por el cambio hacia el idealismo metafísico, que afirma que la realidad cognoscitiva es un mundo fenoménico filtrado por el tamiz de nuestros sentidos y de nuestra consciencia perceptiva e intelectual. Kant es el forjador fundamental de esta teoría, que se mantuvo mayoritaria en Europa, aunque con formulaciones muy diversas, hasta casi finales del S. XIX.
En el S. XX el realismo metafísico resurge en parte, si bien y en todo caso muy lejos de su vitalidad de antaño, gracias a las aportaciones de Frege, sobre: a) el argumento de la presencia indubitada del cuerpo, que contiene el yo (como punto de partida de, a su vez, todos los contenidos de la conciencia) en el espacio físico; el cual es –el yo- per se la realidad externa más paradigmática; b) la noción de referencia, al menos en lo que se refiere específicamente al ámbito de la filosofía analítica, cuyo principio es la objetivación pura del lenguaje, la cual constituye un nuevo campo para otra clase de realismo filosófico, el lingüístico, que se erige como hegemónico hasta, al menos, el “segundo” Wittgenstein.
Pero es la progresiva autoafirmación material del método científico, en todas las esferas relevantes de la realidad social, la causa fundamental de una nueva clase de realismo ingenuo que se impone como metadiscurso de fundamentación de lo posmoderno (fenómeno en buena parte explicable por la psicología de la Gestalt, en términos de la economización natural de esfuerzos cognitivos por parte del hombre/mujer medio/a: éste se ve introducido en el mundo por medio de la simbología cultural de la ciencia y la tecnología). Se trata del fisicalismo concebido no como “simple” presupuesto metodológico científico para operar en el marco empírico, sino como principio ontológico de lo real/existente. Este fisicalismo permea y patrimonializa, intelectual y existencialmente, el metadiscurso de sentido que estructura, como principio de significación global –necesariamente holística-, todo discurso sobre la realidad. Por otra parte, además, es obvio que esta concepción reduccionista se ha incorporado plenamente a la ortodoxia de la perspectiva cognitiva específica sobre el ser humano en tanto que objeto –y sujeto- de la investigación y de su correspondiente explicación/comprensión.
El fisicalismo supone una radicalización respecto al realismo metafísico -aún vigente en muchos ámbitos filosóficos (NOTA PP: es muy destacable la propuesta de XXX y su recurso a la matemática como fundamento cierto de que lo percibido como real disfruta de tal carácter, aunque sea como norma de mínimos epistemologizados, esto es, admitiendo los problemas inherentes al recoil argument, sobre todo)- en tanto que transciende el ámbito meramente epistemológico para adentrarse en la esfera de la ontología fundamental. La metáfora rortiana del espejo de la naturaleza se reformula en términos de materialismo –científico- constitutivo. Ya no se trata de que el término “gnoseología”, definible como teoría del conocimiento, se haya visto por doquier sustituido por el de “epistemología”, que de acuerdo con el diccionario de la RAE es la doctrina que estudia los fundamentos y los métodos de la ciencia (esto es muy relevante en todos los sentidos para mi línea de argumentación general en este tratado); sino que el aspecto mental en sí se ha visto reducido a la pura materialidad, de un modo semejante al elaborado por Ernst Mach en su teoría de los elementos, alabada por, entre otros, el propio Albert Einstein. De acuerdo con sus tesis principales, esta nueva constituitividad plena de lo material no sólo estructura la realidad física externa sino que es susceptible de ser extrapolada a toda explicación sobre lo humano, incluido el ámbito de la mente. La relevancia del resultado teórico-explicativo que se deriva no es baladí: el monismo puro triunfa sobre el dualismo en la explicación de la consciencia.
Pero el monismo es el resultado del dogmatismo que no desea o es incapaz de asumir los presupuestos biocognitivos que condicionan y limitan, nuestro sistema de conocimiento, entendido en sentido abstracto –pero natural. Se trata de un dogmatismo que es también incapaz de integrar de forma consistente la intelección puramente lógica-causal de elementos como: el recoil argument, las antiquísimas paradojas de Parménides y Zenón, el origen y principio de la autoconsciencia, el principio de incertidumbre, las profundas implicaciones de la contradicción cuántica (respecto de las leyes lógicas que estructuran y determinan nuestro propio pensar), la necesidad metafísica implícita en toda explicación cosmológica ni, por supuesto, los conceptos generales de infinito o de la nada absoluta.
La ignorancia radical del papel estructural de lo transcendental en la conformación del conocimiento ha dado lugar a un materialismo cientifista (“de la vanidad omnisciente cuasidivina”) que, por su propia configuración y fundamento, deslegitima y desvaloriza -en sede social y en sede psicológica- los principios epistémicos de ponderación crítica de la verdad, así como los de carácter transcendente, moral y espiritual, relativos a la realidad global del ser humano. Pero, en realidad, el metadiscurso del sentido ontológico-explicativo ha de ser inmanentemente transcendente, por el doble motivo de constituir, al unísono: la fundamentación epistémica-biológica de partida, por una parte, y la necesidad intrínseca al limitado discurrir cognitivo, moral y espiritual del ser humano, por otra.
Si bien no debe confundirse el término “transcendental” de origen kantiano con el de “transcendente”, las implicaciones consubstanciales entre ambos conceptos son evidentes. El carácter transcendental deviene consecuencia imperiosa de la situación de consciencia perceptiva que reconstruye, más o menos adecuadamente y por razones epistémicas de carácter bioevolutivo, el entorno frente al cual aquélla se sitúa. Esta situación de la consciencia de “hallarse frente” es originaria e innata, y su carácter integrado necesariamente en todo proceso cognitivo constituye el origen de los problemas de todo intento de explicación y de comprensión de totalidad. Es una problemática que sólo puede solucionarse, en el ámbito teórico (pero sin obviar las consecuencias simbólicas correspondientes), por medio de un cambio radical en el discurso ontoepistémico. Dicho cambio supone, en primer lugar, comprender el carácter de necesariedad del metadiscurso de sentido simbólico (por causa de las limitaciones intrínsecas de nuestra mente para acceder al conocimiento absoluto; algo que se comprende de forma muy elemental con la aportación de las referidad excepciones obligatorios al conocimiento cierto, en términos clásicos); y, en segundo lugar, comprender que dicho carácter necesario constituye una invalidación lógica, si bien de origen natural, del fisicalismo ontológico, así como, a su vez, una confirmación de lo transcendente, en términos no puramente kantianos, como fundamento inherente a todo proceso cognitivo.
Los principios activos y funcionales de la razón operan con carácter naturalmente transcendente respecto de los conocimientos y las experiencias previas, al elaborar nuevo conocimiento. Se trata de un proceso de abducción conceptual, en términos peircenianos (de Charles S. Peirce), de carácter dialéctico complejo y cuya forma constitutiva es de naturaleza narrativa-simbólica y abstracta. El sentido de lo inteligido como idea no es una cuestión reconducible a lo estrictamente lógico-causal; es precisa una fundamentación epistémica de naturaleza abstracta superior.
Al igual que sucede con la consciencia, pues en caso contrario, el funcionalismo computacional de los estados mentales debería considerarse la antesala de la inteligencia artificial auténtica; lo cual, obviamente, no es. La explicación también tiene un carácter doble en este caso: el correspondiente a lo enunciado en líneas anteriores sobre los límites de la razón lógica, y el fundado en la evolución de la mente: me refiero a la aparición de la capacidad conceptual, al significado de la capacidad de transcender contextos previos en los planos fenomenológicos de lo físico, en sede antropológica de la mente abstractiva en evolución.
Esta justificación general de lo transcendente en sede epistémica conecta, en el ámbito filosófico, el plano de lo tradicionalmente considerado como cognoscible (plano descriptivo y explicativo; en el cual también se incardina lo científico) con el plano o esfera, tradicionalmente separada, de lo valorativo. Todo ello da sentido y razón de la importancia del conocimiento y pensamiento simbólicos para el pensamiento abstracto, en geneal (la potencia explicativa, sugestiva y evocadora de la metáfora es un caso paradigmático al respecto, y su relevancia teórica-explicativa aquí supera ampliamente la que de forma típica se deriva de su carácter de “simple” tropo literario). Por otra parte, también dota de sentido teórico explicativo a las tesis de A.R. Damasio y de otros neurocientíficos que reconocen abiertamente las limitaciones de la explicación científica tradicional sobre la autoconsciencia, aun sobre las bases de su nuevo enfoque del cerebro, de carácter integrado y sistémico respecto del cuerpo físico y de sus propios subsistemas y circuitos neuronales.
A modo de enumeración sistemática, las principales consecuencias de los procesos intelectuales y sociológicos comentados pueden resumirse del siguiente modo:
a) En el ámbito teórico del discurso filosófico:
- De un modo general, se vacía de significado cualquier metadiscurso simbólico cognitivo (esto es, la narración de sentido) distinto del monismo de la simplificación ontológica ficticia.
- En un sentido concreto, referido a los diversas formas posibles de la actividad intelectiva humana, se deslegitima, de forma más o menos expresa y más o menos radical, la investigación filosófica y moral; si bien no así, o al menos en una medida muy inferior, la investigación social que tiende por principio metodológico a identificarse con el modelo de la ortodoxia científica impuesta y al uso.
b) En el ámbito práctico del mundo de la vida, acontecen unos resultados sociológicos y culturales que exceden, con mucho, los que se podrían previsiblemente atribuir a las posiciones teóricas del relativismo o, siquiera, del contextualismo cultural. Se trata de unos efectos de desculturación moral auténtica, la cual se introduce subrepticiamente en el sistema colectivo de la conceptualización psicosocial de lo ético-axológico por medio de un universo simbólico de sentido en que la razón absoluta (lógica, metodológica y epistémicamente perfecta, y potencialmente omnisciente) se sitúa en la cúspide existencialmente irracional de una nueva realidad de carácter -ficticio y supuesto- amoral. El monopolio de la razón lógica-causal sobre el mundo del pensamiento siempre lleva aparejada la instrumentalización inmoral de “lo otro”, concepto inclusivo de “el/la otro/a”; por la razón psicobiológica fundamental de la objetivación cognitiva consubstancial al pensamiento lógico-causal; el cual, como ya predijo Heidegger, aunque sin acabar de comprender su dimensión antropológica natural, conforma el principio de la otredad y de la instrumentalización existencial desprovista de límites morales.
De acuerdo con el carácter de estos postulados, constitutivos de una perspectiva nada halagüeña en el horizonte humano más o menos inmediato, el interés filosófico y moral personal me ha empujado a redactar este trabajo e intentar, grosso modo, lo siguiente:
-En primer lugar, me he propuesto describir, desde una perspectiva filosófica histórica, el proceso por el cual el realismo metafísico precartesiano, una vez superada la “modestia” cognitiva kantiana del idealismo fenomenológico-transcendental, y gracias al prestigio social y fáctico de la ciencia, se traduce, con carácter de conclusión epistémica inevitable, en un fisicalismo materialista de alcance ontológico esencial, mucho más allá en realidad de su reconocido carácter de principio metodológico de la investigación científica. Por otra parte, he intentado mostrar sintéticamente el modo en que otras manifestaciones teóricas de elevado rango histórico (la aportación objetivista de Frege, el pragmatismo acrítico, la filosofía analítica, la noción misma del fin de la metafísica…) han coadyuvado de modo decisivo a la consolidación del proceso descrito en el punto anterior. Para hacer esta tarea posible, es del todo preciso orientarse a la realización de una reflexión de base holística y diacrónica sobre la historia y la actualidad de la filosofía, al objeto de esclarecer la auténtica naturaleza y dimensión –así como sus repercusiones teóricas y prácticas- de los límites de nuestra razón.
- En segundo lugar, me he visto en la obligación filosófica y moral de intentar probar que, tanto desde una perspectiva estrictamente lógica-racional (por medio del replanteamiento de los límites estructurales, funcionales y fenoménicos del conocimiento) cuanto desde una perspectiva bioevolutiva y psicológica básica (en buena sintonía con el giro naturalista de la filosofía de la ciencia), no hay justificación intelectual legítima para los planteamientos antifilosóficos y, ahondando en mi tesis, antimetafísicos.
- A modo de prueba discursiva final, me debería resultar posible mostrar las implicaciones de los puntos anteriores en lo que se refiere a la imposibilidad física (en términos neurofuncionales, quiero decir) y filosófica de separar de forma estricta la dimensión lógica-descriptiva de la mente respecto de la esfera valorativa y transcendente. Sobre la sistematización racional de un principio de modestia cognitiva, percibo como factible el desarrollo de las verdaderas claves “transhistóricas” de los problemas filosóficos, así como un moderado intento para su explicación. El principio de abstracción cognitiva preside todo proceso mental de intelección consciente, y lo hace siempre dentro de un sistema complejo –damasiano, en términos neuronales y neurológicos- de percepciones mentales (“desde afuera y desde adentro” de la mente) de naturaleza integrada pero heterogénea, sobre las bases biológicas de la conexión de las diversas capas evolutivas del cerebro y de la participación esencial de los sistemas nervioso central y hormonal del cuerpo físico. Hallado todo esto, igualmente creo que debería ser posible darle contenido justificativo, argumental y significativo a las consecuencias fundamentales que se pueden extraer de un agregado informacional de semejante calado filosófico, a los efectos de proceder a la elaboración inicial de un principio de comprensión de carácter holístico y estructural de la realidad, en términos de totalidad. A partir de este principio, en sede de una nueva concepción comprensiva de las ideas y los problemas filosóficos fundamentales, confío en poder describir las bases teóricas –naturalmente, de carácter inmanente y transcendente- de lo que refiero en el duodécimo punto del índice de este ensayo, esto es: un nuevo sentido filosófico y vital para la convivencia pacífica, libre y justa, integrador de la diversidad humana global".
ps: and now True, resting active.